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La Semana Santa nos dejó lluvia y algunas curiosidades lingüísticas. Reconocemos entre la vestimenta procesional el capirote, esa capucha elevada normalmente de cartón envuelto de tela y, no siempre, acabada en punta. Aunque de carácter luctuoso, aquella fue adquiriendo un marcado significado penitencial, tanto físico como espiritual. Su forma, de hecho, busca el perdón en dirección al cielo. Por otra parte, durante los siglos XVI y XVII la Inquisición hacía vestir con este cono, además de hopalanda amarilla y sambenito, al reo que había cometido delito religioso. Al triste ajusticiado, paseado a caballo para mayor escarnio por las calles, se le conocía como el tonto de capirote. Expresión que sirve hoy para intensificar el insulto dado. Hasta mediados del siglo XX a los niños castigados se les ponía este atavío y también la infame Ku Klux Klan lo vestía. Para cerrar la entrada señalamos que no en todas las regiones se emplea esta prenda. En Aragón se utiliza mucho el tercerol y en Galicia el verduguillo, llamado en Navarra mozorro; mientras que en Jaén el capirote es conocido como capirucho y en Murcia se denomina capuz.